Materia desnuda
Con una obra de Víctor Chab
La obra de Pablo Siquier (Buenos Aires, 1961), alcanzó una coherencia inquebrantable consigo misma cuando, en 1993, perdió el color completamente. De ahí en más, los primeros atisbos de una abstracción que plasmaba detalles arquitectónicos, fácilmente identificables con el estilo Art Decó del patrimonio edilicio capitalino, tendieron a la limpieza formal, encaminándose paulatinamente al reflejo de una arquitectura interior, una plasmación ideal de las construcciones que el artista levantaba exclusivamente con elementos de su pensamiento.
La obsesión de Siquier –por el arte, por la forma, y también por el trabajo diario como motor de la existencia-, modeló una carrera en la que su trazo se hizo inconfundible. Ya en los 90, ver una obra de Siquier equivalía a saber con certeza quién la había hecho, como si sus pinturas fueran su propia firma, una que cambia levemente las minúsculas por mayúsculas pero transparenta, inevitable, el nombre que la identifica y le da razón de ser. Su gusto por la amplitud, por lo que se ve de lejos y cierta preocupación por la permanencia de las cosas sobre la Tierra, lo llevó a probar con el muralismo, aunque dicho así parezca una inocentada. El proceso tardó años, décadas, pero no hizo más que reafirmar una elección previa a todo: Siquier era artista y marcaba la ciudad, estampaba en las paredes el testimonio de la duración y así, de paso, exorcizaba su íntima fascinación por el tiempo.
«El rinoceronte» es la fase presente de un continuo artístico que vengo desarrollando a través de los ensamblajes de caucho y madera, así como también mediante otros lenguajes visuales, ediciones de libros y curadurías de exposiciones. Siento que acaso haya coagulado algo de la expresión de mi búsqueda en esta tanda de ensamblajes que conforman la muestra en el Centro Cultural Recoleta. Utilizo en mi quehacer neumáticos de bicicletas usados. El caucho en punto de manipulación personal: surgido en América cerca del 1600 AC dentro de una civilización que lo usó en el contexto de su mitología, pasado tras 1775 por el universo occidental de la industria, lo instalo en mi poética de rodaje y desplazamiento. Fue para mí un suceso estético el descubrimiento de este medio con un complejo alfabeto de signos y texturas, allá por 2004. Comencé por producir con ellos obra geométrica, casi constructiva.